Higuera sin fruto

Higuera sin fruto

Quiero que tu entrega fructifique en mí, Jesús; así haré bien a mis hermanos y contribuiré con mis humildes frutos al nacimiento de un hombre nuevo.

3 Domingo de Cuaresma – Ciclo C
Domingo 3 de Marzo de 2013

Éxodo 3, 1-8a. 13-15
Sal 102, 1-2. 3-4. 6-7. 8 y 11
Corintios 10, 1-6. 10-12
San Lucas 13, 1-9

Dios sigue oyendo la plegaria del pueblo angustiado y torturado por el hambre, el paro, los desahucios, el desamor… En la antigüedad eligió a Moisés como guía de su pueblo hacia la libertad. Hemos escuchado en la primera lectura el encuentro de la cima del Sinaí: Moisés se encuentra con Dios, que le está esperando. No se puede hablar y guiar a los demás en nombre de Dios sin haberlo experimentado antes personalmente.

Estos días estamos muy unidos a la acción de gracias de toda la Iglesia por el servicio pastoral que ha realizado el Papa emérito Benedicto. También compartimos la plegaria al Espíritu Santo por la elección del nuevo Papa que, según el testimonio de una niña, tiene que ser «el que más sepa de Jesús». Nosotros lo traducimos: «el que más y mejor conozca a Jesús». Los gritos del pueblo llegan a Dios en este 2013; necesitamos un guía espiritual «según el corazón de Dios». Esta es nuestra plegaria antes y durante el cónclave.

Jesús no interpreta como castigo de Dios las catástrofes de su tiempo; tampoco las de hoy. Pero nos llama a la responsabilidad: ¿Estamos con Él? Ocupamos un sitio en su Comunidad; viene a buscar el fruto: las obras y el compromiso por el Reino. Quizá no lo encuentre. Si somos como la higuera estéril del Evangelio tenemos otra oportunidad; Jesús, el viñador, le ruega al Dueño: «Señor, déjala todavía este año; yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortarás.»

No es suficiente pertenecer a la Iglesia: San Pablo mantiene la urgencia de la conversión en su carta a la comunidad de Corinto: «Por tanto, el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.» ¿Cómo vivo la Cuaresma? ¿Me dejo convertir con el esmero del viñador que oxigena mis raíces, las abona y poda lo superfluo en mi vida para que dé frutos del Espíritu, obras del Reino de Dios? El Padre tiene paciencia; el viñador se emplea a fondo… ¿Le digo de verdad: «heme aquí, disponible»? Quiero que tu entrega fructifique en mí, Jesús; así haré bien a mis hermanos y contribuiré con mis humildes frutos al nacimiento de un hombre nuevo.

Jaime Aceña Cuadrado, misionero claretiano