PADRE

PADRE

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La vida de Jesús es una oración contínua, una ofrenda a la voluntad del Padre, hasta morir en la Cruz.


Nos identificamos con la sincera petición de uno de los discípulos: «Señor, enséñanos a orar».

Seguro que el ejemplo del Maestro motivó en este hombre la necesidad de aprender a orar; intuyó que el secreto de la coherencia y el testimonio de Jesús estaba en que oraba con frecuencia; su relación con el Padre fortalecía su obediencia, su amor a los enfermos y a los que estaban lejos de la casa paterna.

Jesús no da fórmulas de oración, ni técnicas de relajación; en soledad, en silencio, Jesús se encuentra con el Padre y nos ofrece su experiencia en el Padre-nuestro. Nos enseña que el que ora abre su corazón indigente ante el Padre. El hambre y la sed por la llegada del Reino y la segura confianza de un hijo llena el Padrenuestro. La vida de Jesús es una oración contínua, una ofrenda a la voluntad del Padre, hasta morir en la Cruz.

Orar es decidirnos ante Dios por cumplir la voluntad del Padre con la inspiración del Espíritu. El secreto de la obediencia es que nos ha seducido el amor del Padre, que experimentamos en la oración (coloquio, contemplación, petición, intercesión, alabanza…). Santa Teresa escribe que orar es «tratar de amor con quien sabemos nos ama», porque «Dios os dió vida en Cristo, perdonándoos todos los pecados» (S.Pablo). Si no agradecemos el amor gratuito de Dios-Padre no le obedeceremos, no podremos rezar de verdad el Padre nuestro…

Si nuestra oración llega a este nivel podemos identificarnos con la intercesión de Abraham y con el júbilo del salmista: «cuando te invoqué, Señor, me escuchaste». Es un Padre que quita la angustia y que está en la tierra (Gloria Fuertes). La oración alienta nuestro compromiso por la llegada del Reino porque tenemos ya las primicias: oremos.

Jaime Aceña Cuadrado cmf

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