¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive?

Sólo con los ojos de la fe podrás ver al que tembló en la noche de Getsemaní que te dice: «no temas; yo soy vuestra victoria». El que agonizó y murió cosido a la cruz te dice: «Yo soy tu resurrección».


El Viernes Santo es un golpe duro para los que estaban y estamos con Jesús. Nos vemos reflejados en los dos discípulos de Emaús que vuelven a su aldea, a sus vidas rutinarias; habían puesto su confianza en el Maestro y ha sido víctima de los poderosos, como siempre.

Hoy los líderes mundiales hacen compromisos por la paz y Corea del Norte acaba de declarar la guerra a Corea del Sur… Y en nuestra convivencia familiar, parroquial o comunitaria experimentamos que el camino de la concordia y de la paz que nos marca el Maestro lavando los pies a sus amigos e invitándonos a hacer lo mismo porque «el mayor entre vosotros que sea vuestro servidor» es difícil de continuar… y nos esclavizan los viejos «demonios» del orgullo, el poder, el consumo, la murmuración. ¿Dónde te escondes, Señor, ahora que tanto nos urge tu presencia? ¿De qué espíritu estamos poseídos?

Esta Noche santa nos sobresaltan María Magdalena, Juana y María de Santiago que nos anuncian que Jesús no está en el Sepulcro; ¡que está vivo! Han pasado de la tristeza de la fe a la alegría de la Pascua.

¿Cómo es nuestra fe? Encontramos al Resucitado si nuestra fe nos lleva a abrir el corazón a su Palabra hasta el «Padre, a tus manos encomiendo mi Espíritu». Si experimentamos su perdón como una nueva creación; si el «Padre nuestro» nos sale del corazón en sintonía con el Corazón de Cristo; si escuchamos que nos llama por el nombre y no podemos resistirnos a su Camino, a su Verdad, a su Vida; encontraremos al Resucitado si no rompemos con la Comunidad: a los 8 días Tomás volvió al grupo y en medio estaba Jesús; el final lo conocemos: «Señor mío y Dios mío».

Nos busques pruebas materiales ni científicas para creer que está vivo. Sólo llegarás al sepulcro vacío; pero la vida de los que decían que Jesús había resucitado, cambió. Ellos le encontraron porque le creyeron y le amaron. Este es el único camino: creer en el testimonio de los apóstoles que abandonaron el miedo y dieron la vida anunciando que «el crucificado está vivo y que en su nombre se nos perdonan los pecados».

Sólo con los ojos de la fe podrás ver al que tembló en la noche de Getsemaní que te dice: «no temas; yo soy vuestra victoria». El que agonizó y murió cosido a la cruz te dice: «Yo soy tu resurrección».

Los apóstoles llegaron a la fe y a la luz del Espíritu Santo perseverando en oración con María, la Madre de Jesús… «danos tu mano, María, guía nuestros pasos, muéstranos a Jesús fruto bendito de tu vientre, Tú que eres la Madre de los creyentes. Amén».

Jaime Aceña Cuadrado cmf