Muchacho, a ti te lo digo, ¡levántate!

Muchacho, a ti te lo digo, ¡levántate!

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Jesús es la Palabra que resucita, que devuelve la vida si la hemos perdido. Lo hace siempre que le dejamos acercarse a nuestro dolor si confiamos en Él.


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Si miramos nuestra sociedad desde el corazón del Padre vemos que no todo es bueno: está dividida por la codicia, está herida por el egoísmo, el Padre no se reconoce en muchas parejas y sufre con la explotación de las personas; pero el Padre mantiene la esperanza de que recobremos la inocencia original porque hay minorías comprometidas por la dignidad de las personas frente a la dictadura del lucro y de las ganancias injustas que provocan muerte.

Hoy la Palabra recoge dos victorias de la Vida sobre la muerte. El profeta Elías suplica a Dios por la vida del hijo de la viuda de Sarepta que le ha acogido en su casa y le ofrece su pobreza. La confianza en Dios devuelve la vida al muchacho. Elías pronuncia la Palabra de Dios en su oración. En el evangelio de Lucas el llanto de la viuda de Naín es el grito silencioso de una mujer desgarrada por la pérdida de su hijo y su destino de exclusión social. Jesús se conmueve por la suerte de esta madre sola, enjuga su llanto, toca el féretro y dice al muchacho difunto que se levante. JESÚS ES LA PALABRA QUE RESUCITA, que devuelve la vida si la hemos perdido. Lo hace siempre que le dejamos acercarse a nuestro dolor si confiamos en Él. «Tu fe te ha sanado»… Sus palabras son espíritu y vida.

Si queremos construir el Reino estamos urgidos a la conversión, como Pablo, porque el Señor nos ha elegido para sanar, para alentar, para reconciliar; no podemos acallar el Espíritu «que clama en nuestro interior ¡Abba, Padre!». Los criterios para esta Misión nos los da Jesús; el Espíritu los aclara y nos impulsa a las prácticas que favorecen la llegada del Reino.

Necesitamos orar para amar como Jesús sintiendo compasión activa por el otro porque es mi hermano, aunque viva sin esperanza como un cadáver. Elías y Jesús nos muestran el camino; el Evangelio que anunciamos no es de origen humano, escribe Pablo.

Jaime Aceña Cuadrado cmf