Si alguno me ama guardará mi Palabra… y vendremos a él y haremos morada en él

Si alguno me ama guardará mi Palabra… y vendremos a él y haremos morada en él

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O dejamos que Jesús resucitado nos cambie el corazón o será otra Pascua perdida.


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Si eres honrado vives en tensión con el mundo que te rodea; la sociedad asfixia tus valores e ideales cristianos. Las noticias, las conversaciones en la compra o tomando café están marcadas por la dificultad de vivir con esperanza en muchas familias; y no hay fundamento racional para esperar una época marcada por el bien común y la paz social. La visión del apóstol Juan en la Lectura del Apocalipsis sobre «la ciudad santa» no es previsible hoy. Los dirigentes políticos pueden hablar de sentarse a dialogar pero nos puede el pesimismo; es un diálogo de sordos que no quieren oír al que piensa distinto para encontrar un terreno común en el que cimentar la justicia. ¿Es sensato esperar «la ciudad santa que no necesita sol ni luna que la alumbre, porque la gloria de Dios la ilumina y su lámpara es el Cordero»?.

Estamos en las antípodas de la «ciudad santa» como anticipo en la historia de la plenitud que anhelamos en la eternidad; queda mucho por cambiar, por convertir, por nacer… Hoy la Palabra nos urge a cambiar desde dentro. La esperanza cristiana no depende de estructuras humanas, sino del cambio de la mente y del corazón. «Si alguno me ama guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a él…». Comprendemos a Jesús cuando nos dice que el Reino de Dios está dentro de nosotros; todo lo demás se nos dará por añadidura.

La paz que Jesús nos da no tiene parecido con la paz que ofrece el mundo; en la sociedad hay paz porque el más fuerte domina al débil; la paz nunca es permanente si es fruto de la guerra o de la imposición de grupos e intereses sobre los más débiles. Jesús llama paz al amor que el Padre nos tiene, al Espíritu que nos renueva por dentro como cimiento de la fraternidad, de la justicia social. Qué bien lo experimentaron los apóstoles cuando recibieron el Espíritu Santo; no imponen a las Comunidades de Antioquia, Siria y Cilicia «más cargas que las indispensables: que no os contaminéis con la idolatría, que no comáis sangre ni animales estrangulados y que os abstengáis de la fornicación». La explicación posterior de S. Pablo sigue siendo válida para nosotros: Cristo nos libera de la esclavitud de la ley, de la dependencia de los ídolos mudos que ocupan en nuestro corazón el lugar del Dios de la Vida: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza, ¿recuerdas?. «La paz os dejo, mi paz os doy… que no tiemble vuestro corazón ni se acobarde» (Jesús). O dejamos que Jesús resucitado nos cambie el corazón o será otra Pascua perdida.

Jaime Aceña Cuadrado cmf