Y ¿quién es mi prójimo?

Y ¿quién es mi prójimo?

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Recuerda que un día consolaste, curaste, tuviste tiempo para entregarlo a alguien, y tu vida se iluminó y en tu corazón sonó música.


Hemos oído muchas veces la parábola del Buen samaritano; hoy la podemos escuchar como un fresco restaurado en nuestro interior. Ya profetizó Jeremías: «pondré mi ley en su interior y sobre sus corazones la escribiré». En consonancia con la primera lectura de hoy: «El mandamiento está muy cerca de ti: en tu corazón y en tu boca. Cúmplelo».

Para escuchar me pregunto sinceramente: «¿Quién es mi prójimo?». Pienso en los que viven conmigo, bajo el mismo techo; en los que conozco porque son vecinos, compañeros de trabajo, amigos… Jesús nos acerca al que está herido en el camino y pasa de la teología a la acción. Es el proceso del amor cristiano: ver, acercarse, consolar, levantar, curar, llevar a una posada y asumir el coste económico. ¿Dónde se me rompe la cadena del amor fraterno? ¿No veo porque me falta fe? ¿Me falta fe porque carezco de esperanza y caridad? Recuerda que un día consolaste, curaste, tuviste tiempo para entregarlo a alguien y tu vida se iluminó y en tu corazón sonó música… ¿por qué no vives habitualmente como buen samaritano?

No vale la excusa de que tú al herido no le has obligado a drogarse, a ser ladrón o a juntarse con malas compañías: ¿qué hubiera sido de ti si el Padre se hubiera comportado con esos criterios? Todos somos hijos pródigos y estamos llamados a ser como el Padre bueno o como el buen samaritano. Jesús es modelo -no ha venido a llamar a los justos sino a los pecadores «haciendo la paz por la sangre de su cruz»- y es Maestro: «anda y haz tú lo mismo».

Jaime Aceña Cuadrado cmf

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