¡Poneos en camino!

¡Poneos en camino!

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La palabra de Dios no es indiferente cuando llega, sino provocativa: ¿soy luz o tiniebla?


¿Es cierto que somos «animales de costumbres»? La inercia de repetir lo conocido para estar seguros, nos puede alejar de la novedad del Evangelio. Como personas y como Iglesia podemos padecer la tentación de instalarnos, de replegarnos sobre nosotros mismos en actitud defensiva porque nos paralice el miedo al cambio y al mundo.

La esperanza se expresa en futuro; Isaías expresa la nueva Jerusalén como el logro futuro de la salvación de Dios: «Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz…» La esperanza para Isaías es una madre fecunda que arriesga para llegar a la alegría.

¿Qué modelo de Iglesia puede hacer atrayente y creíble el Evangelio? ¿Cómo puede la Iglesia llegar a ser «madre y maestra»? Hace 50 años se inició el Concilio Vaticano II. Su Constitución «Lumen Gentium» nos da las claves para el diálogo de la Iglesia con la sociedad actual: La coherencia de su mensaje le viene de su unión profética con Jesucristo; no es fin en sí misma, sino «germen» del Reino que está transformando la historia pero «que todavía no ha llegado a su plenitud»; está urgida a abandonar sus modos y lenguajes acostumbrados para volver a su amor primero y beber en las fuentes de la Revelación.

Seguir a Jesús como pueblo en camino exige estar ligero de equipaje, poner toda la confianza en Dios, Padre-Hijo-Espíritu. Siempre que la Iglesia se mundaniza el Evangelio del Reino retrocede. Cada uno somos Iglesia; recibimos, celebramos y anunciamos la Fe en comunidad. ¿Qué aporto yo? Es incoherente culpar a los demás de las deficiencias de la Iglesia ignorando las propias.

Muchos constatan un éxodo masivo y silencioso de la Iglesia. Que esta constatación sea un acicate para comprometerme en la renovación de la Iglesia desde mi Parroquia, desde mi familia, desde la coherencia de mi vida. La palabra de Dios no es indiferente cuando llega, sino provocativa: ¿soy luz o tiniebla? San Pablo nos invita a iluminar, a ser personas nuevas por el amor de Jesús crucificado por el cual «el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo».

Jaime Aceña Cuadrado cmf

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